Cómo Crear Personajes únicos: Escribe su Interior, No su Ficha

por | Neurodivergencia y escritura, Proceso creativo | 0 Comentarios


Tras varios artículos bastante filosóficos sobre mi proceso para comenzar a escribir mi primera novela, explicando cómo he ido comprendiendo la forma en que funciona tanto mi mente como mi proceso creativo, hoy toca sentarme con un café recién hecho para desglosar de forma más específica cómo me preparo y organizo a día de hoy para escribir mi novela.

Estamos ya a finales de octubre de 2025 y, aunque todavía no me he puesto a escribir la segunda parte de mi novela, que es algo que haré en diciembre seguramente, este es el momento óptimo para comenzar a plasmar mi proceso porque, curiosamente, me atrevería a decir que son estos procesos externos los más complejos, todos aquellos que rodean el propio proceso de escribir… Sé que parece un galimatías, así que dejad que me explique con unos ejemplos concretos.

Hoy me voy a centrar en el alma de toda novela: crear personajes.

Secretos rotos, mi primera novela autopublicada en Amazon, era una historia que había nacido con la intención de ser corta, sencilla, una novela negra con pocos personajes pero, a su vez, esforzándome mucho en crear personajes.

Así es cómo la concebí en un primer momento y cómo comencé a trabajar en ella.

Tenía escrito el prólogo y unos cuantos capítulos; sin embargo, sentía en mi interior que esa historia no estaba bien. No sabía decir qué era, pero algo fallaba y me sentía bloqueado, algo me impedía seguir escribiendo porque esa historia estaba mal.

Sin lugar a dudas, un hecho crucial que marcó el que pudiese seguir escribiendo esa novela fue que un buen amigo me regaló una magnífica libreta de tapas duras con unos folios espectaculares, con un gramaje de 180 y de un precioso color amarillo canario.

crear personajes

A fin de cuentas, era una libreta; cualquier otra hubiese cumplido ese mismo objetivo. Sin embargo, esa singularidad, el haber sido construida a mano, la calidad de sus folios, el peculiar color… le daban un aire distinto, especial, que incitaba a hacer algo único con ella. Y fue entonces cuando se me ocurrió utilizarla como mi cuaderno de bitácora.

Así que, para poder avanzar en mi novela, no tan solo decidí retroceder, sino que opté por detenerme. Aparcar y pasear para disfrutar del paisaje.

Comencé a buscar bolígrafos de distintas marcas y modelos, con tinta de gel, líquida, probé plumas estilográficas… Y al final hice acopio de varios bolígrafos de la marca Uni-ball, que me parecen maravillosos por la calidad de su pigmento y la suavidad del trazo… Y comencé a volcar todo lo que pasase por mi cabeza en la libreta.

Mi herramienta esencial: La Libreta

En un primer momento, mi intención era escribir sobre la novela: teorías, evolución de personajes, motivaciones, alianzas… Y, para mi sorpresa, no escribí nada de eso.

Comencé a plasmar qué era para mí la literatura, qué transmitía y cómo lo hacía una novela, su diferenciación con respecto a otros medios, el viaje del héroe, los puntos de vista, cómo se debe escoger a un personaje para transmitir un mensaje y cualquier otra cosa que se me ocurriese.

Para que os hagáis una idea, voy a contaros aquí una sección que escribí y que me sorprendió a mí mismo, porque descubrí que es algo que tengo interiorizado y que, sin embargo, jamás me había parado a reflexionar en ello hasta que lo vi escrito en mi propia libreta.

No sé vosotros, pero yo, cuando comienzo, ya sea a escribir la historia o tan solo a comenzar a pensar en qué historia quiero contar, lo primero que plasmo son los personajes que van a hacerlo.

Primero siempre aparece el protagonista y, seguramente, después el antagonista, y luego ya van surgiendo en torno a ellos sus aliados.

Por regla general, los autores escogen estos pocos primeros personajes y son los que más desarrollan, porque van a llevar el peso de la historia. Todos los demás quedan más o menos en un segundo o incluso tercer plano, estando al servicio de que la trama fluya por donde debe.

Sin embargo, hay un factor crítico en el desarrollo de la trama, que es la percepción del mensaje con base en quién lo transmita.

¿Por qué funciona «El señor de las moscas»?

Para explicar esto es mejor coger un caso práctico, y a mí no se me ocurre ninguno mejor que la obra El señor de las moscas.

En ella vemos cómo unos preadolescentes quedan atrapados en una isla y deben crear sus propias normas, reglas, buscar un líder y aprender a valerse por sí mismos.

Vemos de primera mano las envidias, la frustración, la incomprensión y cómo su inmadura sociedad comienza a resquebrajarse y desvariar hacia las zonas más oscuras de la mente humana.

Sin embargo, al final de la obra llegan unos marineros a rescatarlos, es decir, reaparecen en sus vidas los adultos y, en cuanto los ven, abandonan todo y vuelven a ser ellos mismos.

Es decir, unos completos salvajes, asesinos, en cuanto ven ante sí una figura que ellos asumen y aceptan al instante que es de autoridad, hacen un reseteo y regresan a su ser.

La novela es maravillosa y recomiendo a todo el mundo que la lea. Yo tan solo he hecho un análisis reduccionista, quedándome tan solo con la parte que me interesa, pero es más que suficiente para explicar lo que os quiero explicar hoy.

Esta obra funciona justo porque se ha escogido a niños, porque nosotros como lectores somos conscientes de la diferencia que hay entre los niños como tal, los jóvenes y los adultos.

Somos conscientes de que esa misma historia, pero narrada utilizando no ya adultos, sino un grupo de jóvenes de veintipocos años, no la aceptaríamos, nos rechinaría el comportamiento y no nos parecería creíble. Mucho menos el final.

Y si se hubiese utilizado a personas adultas, ni lo leeríamos; abandonaríamos la lectura a las pocas páginas por parecernos ridículo directamente.

Es decir, no se puede poner un personaje porque a nosotros como autores nos interese o nos guste; cada historia necesita unos personajes específicos para ser no ya contada, sino comprendida y aceptada por el público.

Escribir el Interior del Personaje, No su Ficha

Por lo tanto, de forma inconsciente, lo que yo estaba haciendo en mi libreta (en la que, por cierto, estuve meses escribiendo durante horas cada día) era ser consciente, en primer lugar, de qué mensaje quería transmitir.

Una vez se ha escogido ese mensaje, lo que debemos hacer es ser conscientes de qué tipos de personajes tenemos, qué papel va a desempeñar cada uno de ellos, cómo va a ser su personalidad y qué papel va a desempeñar cada uno de ellos en nuestra trama.

Esto es especialmente importante porque es muy habitual que el autor sienta especial cariño por alguno y quiera que siempre gane, que no le pase nada malo, que encuentre el amor… Y es normal, comprensible, pero eso, por desgracia, arruina por completo la historia.

Hay personajes que, mal que nos pese, nacen con el único objetivo de morir, porque esa muerte es la que hará que el mensaje cuaje con todo su peso en la historia.

Y por regla general ocurre lo contrario: muchos autores inventan personajes tan solo para poder matarlos y justificar de una forma artificial un giro en los acontecimientos de la historia.

Esto se conoce como el cliché de «la mujer en la nevera», que surgió a raíz de una historia de cómic y expresa a la perfección lo que no se debe hacer.

Esta creación artificial no se le escapa al lector: «Huy, al prota le han matado a la mujer, ahora se cabreará y buscará venganza».

Es tan básico, tan evidente, tan forzado que no genera ningún tipo de emoción en el lector.

Entonces, ¿cómo logramos transmitir eso al lector? Trabajando duro.

Las primeras docenas de páginas las dediqué en exclusiva a este tipo de razonamientos.

El Método Arqueólogo en Acción

En primer lugar, analicé qué tipos de personajes había en mi historia, qué pasado tenía cada uno de ellos, cuáles eran sus rasgos físicos característicos y por qué eran así.

No es válido decir, por ejemplo, que alguien tiene un enorme tatuaje o una cicatriz que le desfigura; debe haber una historia tanto detrás del tatuaje como de la cicatriz y debe aportar algo a la historia; si no, es mejor que no tengan nada.

Y, por supuesto, no podemos olvidar explicar en qué situación se encuentran en la actualidad, con quién se relacionan y por qué, o qué lazos unen a cada uno de ellos.

De esta forma, si todo está enlazado de forma orgánica y coherente en mi cabeza, me resulta mucho más sencillo comprender las motivaciones de cada uno de ellos y, de esta forma, hacérselo comprender al lector.

En muchos libros para aprender a escribir novelas indican algo similar: crear una especie de hojas de personaje, pero, a mi modo de ver, eso no sirve de nada.

Es decir, yo no estoy escribiendo que un personaje es alto, con ojos verdes, viste ropa de lujo y su color favorito es el naranja. De hecho, no escribo ninguna de esas cosas.

Escribo sobre su mentalidad, sus valores, ambiciones, miedos, traumas, creencias; escribo sobre su interior y, de algún modo que no sé explicar, eso se va solidificando y descubro que se trata de un niño de diez años o una mujer empresaria.

No soy yo quien decide cómo es cada personaje, sino su interior quien crea al propio personaje…

Soy consciente de lo abstracto que resulta esto, y siento no poder explicarlo mejor. La cuestión es que yo siento cómo es un personaje.

Cuando soy consciente de todo ese mundo interior de cada uno de ellos, surgen sin que yo lo decida, incluso hay muchas ocasiones en que tenía muy claro que iba a escribir un capítulo concreto y, de pronto, creo otra subtrama y aparecen varios personajes nuevos.

Y eso ocurre porque la historia me dice que hace falta esa subtrama y que deben nacer esos personajes.

Os recuerdo que he dicho que iba a explicar mi proceso, no que yo mismo lo comprenda.

Este proceso es, con diferencia, el más complejo de todos y el que más tiempo me lleva. Una vez que tuve definida toda esta parte, lo cierto es que escribir la novela fue bastante rápido.

Dicho esto, también quiero aclarar un punto crítico: esto no es algo que haga yo de forma consciente ni mucho menos pueda decidir.

Mi proceso en la primera novela fue comenzar a escribir en mi libreta; cuando creía que lo tenía claro, comenzaba a escribir la novela y avanzaba varios capítulos… Y un buen día decía: «Esto no está bien. Me he equivocado».

En ese momento abandonaba la escritura de la novela y volvía a mi libreta para seguir escribiendo lo que yo creía que sabía. Plasmaba las conexiones y motivaciones entre personajes, qué impacto tenía cada cosa en la trama y, entonces, un buen día, veía mi error.

Regresaba a la novela, borraba lo que estaba mal (que solían ser un par de capítulos) y volvía a reescribirlos…

Esto es clave porque exige que todos y cada uno de los personajes esté bien representado, que el lector sea capaz de coger a cualquier personaje e imaginar cómo se va a comportar, qué va a hacer y por qué lo va a hacer, porque es ese grado de conexión y comprensión entre el lector y el mundo, sus personajes y su propio código moral lo que hará que cuando un personaje muera tenga un impacto real en el lector.

Esa muerte tendrá un mensaje, unas consecuencias y habrá unas pistas claras de que debía suceder y por qué iba a suceder.

La muerte de un personaje debe tener un peso moral y un impacto real en el lector, porque de lo contrario no estaremos contando una historia; tan solo sería una justificación para forzar que la historia avance en la dirección que nosotros habíamos decidido de forma previa y no hemos sabido hacer que la historia por sí sola vaya en esa dirección.

Y es justo por este motivo por el que creo que no se puede enseñar a nadie a escribir; se pueden enseñar métodos que fuercen las historias, gente que te diga: «Siempre debes crear un personaje secundario gracioso, debes meter una pareja de jóvenes que se lleven mal y al final se terminen enamorando»… Te pueden enseñar a crear arquetipos con una función específica que debe cumplir cada uno de ellos.

Yo lo veo como esos libros que había o a lo mejor sigue habiendo (yo qué sé), donde había un montón de números y debías unirlos en orden y así dibujabas animales, flores o similares…

Eso puede servir como entretenimiento, pero aprender a dibujar es muchísimo más difícil que eso: requiere disciplina, práctica, aprender de los errores, no frustrarse por ellos y seguir adelante.

Nadie puede enseñarte a dibujar lo que llevas en tu interior; te pueden enseñar técnicas, recomendar ejercicios, pero a la hora de la verdad estarás solo y tan solo tú serás el responsable de lo que estés dispuesto a sufrir en el proceso de crearlo.

Porque crear es sentir y sentir es sufrir.

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