El mito del escritor joven y atormentado
Las ventajas de escribir desde la madurez
Desde pequeño he soñado con ser escritor, estoy seguro de que como la mayoría de los que estéis leyendo esto. Sin embargo, pese a que en alguna ocasión lo intenté de niño (incluso aprendí a escribir a máquina con unos once años en unas vacaciones de verano), nunca me atreví a dar el paso final… porque yo no era digno de ser escritor.
¿Os suena, verdad? Para eso hay que estudiar, hay que ser un erudito de la gramática, y yo nunca he entendido ni el uso de las puñeteras comas. Yo era lector; he leído todo lo que ha caído en mis manos sin importar género, nacionalidad, tema o cuántos siglos lleve muerto el autor. Eso es lo que era, un lector, no un escritor.
¿Qué hace falta para ser escritor?
Pese a ello, en el fondo de mi corazón, nunca renuncié a ser escritor, y lo hice de la única forma que sé: leyendo. No tengo ni idea de cuántos libros he leído para aprender a ser un escritor; tantos que, mientras los leía, ya sabía lo que me iban a decir porque, a fin de cuentas, todos dicen lo mismo con distintas palabras. Y yo cada vez me sentía más decepcionado porque no sentía que me dijesen nada relevante para poder serlo.
Todos los libros que dicen enseñarte a escribir una novela te dicen lo mismo, pero con distintas palabras.
El consejo que lo cambia todo
Tengo un amigo, filólogo y profesor de Lengua y Literatura, que llevaba el pobre más de quince años repitiéndome lo mismo: «Dani, tío, si quieres escribir, escribe. A escribir se aprende escribiendo». Esto, por más simple y evidente que os parezca, para mí no era tan obvio porque sentía, repito, que yo no era digno de ser escritor.
No sé, pensaba que haría falta conocer una estructura, un sentido, unas reglas que solo los escritores más veteranos revelan a los jóvenes en rituales celebrados la segunda luna llena del mes… yo qué sé. Lo único que tenía claro es que yo no era escritor.
A los cuarenta y cinco años recibí el diagnóstico de altas capacidades… Es una historia larga y dura que comenzó pensando que tenía déficit de atención, pero esto ya lo contaré otro día.
La cuestión es que ese diagnóstico me dejó hecho polvo. Me hizo replantearme toda mi vida: lo que había hecho y dejado de hacer, cómo habían sido las relaciones con otras personas, quién creía que era y por qué siempre me había puesto frenos…
Un reto personal: la primera novela
Y decidí que eso se acababa. Me obligué a escribir una novela en seis meses. Sin pensar, sin excusas, sin intención, sin rumbo. Tenía seis meses y tenía que presentarla al concurso de Amazon, sin ningún tipo de esperanza, tan solo para demostrarme que era capaz de hacerlo.
Y lo hice. Fui demasiado ambicioso sin saberlo, sin entender cómo funciona mi proceso de escritura o cómo percibo yo las tramas.
Pero joder, lo hice. Pude hacerlo y podía volver a hacerlo.
No escribí lo que había pensado. Tenía las bases, sí, pero no supe rematarla. Era compleja, enredada y sin una finalidad clara…
Sabía todos los fallos que había cometido; ahora solo faltaba saber cómo evitarlos la próxima vez.
Durante más de un año no volví a escribir. Seguí leyendo, dibujando, volví a hacer deporte… y, más o menos un año después, comencé a escribir de nuevo. Las dudas seguían ahí, el miedo se había incrementado. Escribía por pura intuición, cada palabra era un paso en medio de la oscuridad porque no sabía hacia dónde me dirigía.
Y un libro iluminó mi camino
Esas Navidades, no me preguntéis cómo, leí un libro sobre el genocidio de Ruanda y, sin que lo que yo había escrito tuviera nada que ver con eso, de pronto supe que ese era el corazón de mi novela. Lo que más me sorprendió fue descubrir que, pese a lo insólito de ese hecho, mi novela ya estaba preparada para que ese suceso fuese su corazón, su alma, su razón de ser.
¿Por qué tenía un misionero en mi trama? ¿Por qué uno de los protagonistas tenía una placa de metal en el cráneo? ¿Por qué dos hermanos que se amaban se dejaron de hablar tras visitar África? Todos los personajes tenían algo: sus traumas, su pasado oscuro, tantos secretos incómodos… Estaba todo ahí, tan solo tenía que tejer los hilos para conectar los puntos.
Desaparecer para crear
Desaparecí durante seis meses. No podía dormir, no podía pensar en otra cosa; tan solo escribía, borraba, reescribía, avanzaba y volvía a borrar… De esto también hablaré en otra ocasión. Lo importante es que escribí mi primera novela y, ¿sabéis qué? Sin pensar en ello, tan solo escribí.
Yo no sé cómo se escribe una novela, tan solo creo que he descubierto cómo he escrito la mía. En este blog, poco a poco, iré contando mi experiencia, porque es algo que cambia: crees que has descubierto algo y a la semana siguiente te das cuenta de que estabas equivocado; ibas en la dirección correcta, sí, pero al final te desviaste.
Lo único importante es que no tenéis que tener miedo a la hora de escribir. No os sintáis unos farsantes o indignos.
Nadie sabe cómo se escribe una novela. Tan solo se hace.
Si queréis saber mi proceso con más detalle o preguntarme de forma directa lo que queráis, tan solo tenéis que suscribiros a este blog para que os llegue una notificación cuando publique algo nuevo. En la sección de mis libros tenéis los tres primeros capítulos gratuitos para poder leer el comienzo, aunque ahora ya os he dado una pista.
Os espero, escritores.
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